miércoles, 10 de febrero de 2010

La Semana Santa Sevillana y su estímulo


La Semana Santa zaragozana conoce estos últimos años una oleada de influjo andaluz innegable. En menos de dos décadas, el brillante trabajo de la Humildad (una de mis cofradías favoritas) ha dado frutos espléndidos y, ciertamente, ya nuestra Semana Grande sería irreconocible sin esta hermandad que ha insuflado vida y servido de estímulo a nuestra fiesta. De hecho, varias son las cofradías que se han sentido estimuladas por ella y se adscriben a la estétitca sevillana, y en concreto la mayoría de las pro-hermandades, lo que ejemplifica lo reciente de este influjo sevillano.

Todos los extremos son malos. Ni se puede rechazar de plano esta ola, que aportará, como ya lo ha hecho, muchas cosas positivas a nuestra celebración, ni pretender forjar una Semana Santa zaragozana que sea un calco de la sevillana. No es posible cerrar por completo las puertas a esta aportación porque, ante todo, la Semana Santa zaragozana se ha caracterizado por su capacidad de integración y mutación a lo largo de su historia, y en la que todo afán de purismo podría ser muy cuestionable. Nuestra fiesta ha tenido una vida traumática que le ha impuesto muchas veces el ritmo de su evolución, como la dura experiencia de los Sitios de Zaragoza o la huelga de 1935 que motivó la aparición de las cofradías modernas y la incorporación de ruedas en los pasos. No le es ajeno a nuestra Semana Santa el aporte externo: la incorporación en los años 40 de los tambores del Bajo Aragón lo ejemplifica (hoy son nuestra mayor seña de identidad) así como el innegable referente andaluz presente desde el nacimiento de las cofradías modernas. Y es que la Semana Santa tradicional de Zaragoza, fundada sobre el modelo de una única cofradía encargada de la procesión del Santo Entierro (así se documenta al menos en el siglo XVII), acaba en 1935. Sólo 75 años, el espacio de vida de una persona, nos separan de esa primera revolución; pero del mismo modo la Ofrenda de flores acaba de cumplir tan sólo medio siglo. La capacidad de asimilación y de renovación es, pues, un rasgo consustancial a nuestra Semana Santa.

Pero no la imitación. La Fiesta Grande sevillana resulta positiva en cuanto ha estimulado aspectos en la nuestra que habíamos olvidado o ignorábamos, nos ha insuflado ganas de trabajar y nos ha proporcionado un referente de la Semana Santa como cultura y forma de vida, que abarca muchas dimensiones más que la procesión anual, a la cual se circunscribían las cofradías zaragozanas hasta hace muy poco. Pero sería un error que toda nuestra Semana Santa se forjase a partir del molde sevillano, que está ajeno a nuestras raíces. Nuestra Semana Santa tiene como herencia una historia aún bastante desconocida e irregular, algunas devociones seculares, y sobriedad y seriedad como rasgos que, pase lo que pase, no podemos perder si queremos crear algo grande, original, propio y acomodado a nuestro espíritu y nuestras tradiciones.


por Antonio Olmo Gracia

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