viernes, 4 de junio de 2010

Corpus Christi

La festividad del Corpus Christi carece en Zaragoza del relieve de otros enclaves de España como Toledo o Daroca, en donde constituye un verdadero signo de identidad. Sin embargo, su celebración tuvo en la vida pasada de nuestra ciudad una importancia mucho mayor de la que tiene en nuestros días.

La procesión de la Sagrada Forma por las calles, ya establecida en 1317 por el Papado, es el acto principal de la festividad. Durante siglos, y hasta 1990, ha tenido lugar el jueves siguiente al domingo de la Trinidad; en ese año, con motivo de la eliminación de su carácter festivo, la celebración pasó al domingo siguiente con la excepción de las ciudades en donde gozaba de gran tradición histórica. Los vaivenes del calendario han dado lugar a que del famoso dicho popular que afirmaba que “hay tres jueves del año que lucen más que el sol: el Jueves Santo, el Corpus Christi y el día de la Ascensión” no quede ya en su sitio más que el día del amor fraterno.

El esplendor de la procesión zaragozana palidece frente al de otras ciudades y, desde luego, acapara en menor grado la atención que los desfiles de Semana Santa. Sin embargo, la procesión del Corpus era en el siglo XV la más solemne de las que tenían lugar en Zaragoza, por encima de las de Pasión, de las que tan poco conocemos a finales de la Edad Media, tal vez porque la procesión del Corpus era organizada por el concejo (ayuntamiento), cuyos archivos sí han llegado hasta nuestros días, mientras que la celebración de la Semana Santa recaía en cofradías cuyos archivos han desaparecido, por desgracia, a lo largo de los siglos. Los documentos permiten hacernos una idea de la magnificencia de la procesión, que transcurría por calles engalanadas y a cuyo cortejo concurrían los jurados de la ciudad, músicos, los bustos-relicarios de San Lamberto y Santa Engracia, entre otros, y distintos personajes alegóricos, y que era ocasión de representacines teatrales (entremeses) de contenido religioso. De hecho, y aunque resulte curioso, en esos personajes alegóricos se encuentra el origen de la comparsa de gigantes y cabezudos de Zaragoza, ya que las primeras menciones de su existencia se remontan a la procesión del Corpus de los siglos XVI y XVII. En la Edad Moderna la procesión contaba con la asistencia del virrey y, en 1647, con la del rey Felipe IV, que se encontraba en Zaragoza con motivo de la guerra de Cataluña, y fue retratada unos años después por Doña Ana Abarca de Bolea, importante escritora zaragozana en lengua aragonesa y monja del monasterio de Sijena, en su Romance a la procesión del Corpus de Zaragoza.

Ejemplo de la importancia que en el pasado tuvo esta procesión es la custodia que todavía hoy se utiliza para el traslado en procesión de la Sagrada Forma, magnífica obra de la platería del Renacimiento conservada en La Seo de la ciudad. Elaborada en plata, posee disposición turriforme decreciente, ronda los dos metros de altura y posee, según Manuel Abizanda, de 2.400 piezas. Estas custodias de gran tamaño se denominan “custodias de asiento”. El centro lo ocupa el viril, expositor circular de plata dorada donde se coloca la Sagrada Forma. La ejecución de la custodia, que duró varios años, tuvo lugar entre 1537 y 1541, y en su hechura colaboraron dos de los mejores artífices del Aragón del momento: el platero Pedro Lamaison, zaragozano de ascendientes franceses, que ya había proyectado una custodia para el Pilar que finalmente no se llegó a ejecutar, y el escultor Damián Forment, conocido autor del retablo mayor del Pilar, que elaboró las cuarenta esculturas que en principio decoraron la custodia.

La custodia de Lamaison, de calidad semejante a las de otras ciudades de gran tradición en la celebración del Corpus, como Toledo o Sevilla, sigue siendo la nota de mayor brillantez artística en la procesión zaragozana. El reciente interés de la cofradía de la Institución de la Sagrada Eucaristía (de advocación unida indisolublemente al Cuerpo y Sangre de Cristo) por involucrarse en la procesión portando la custodia y concurriendo con sus atributos procesionales es un gesto que merece calurosas felicitaciones ya que concurre al realce de uno de los actos religiosos de mayor antigüedad de la ciudad.

por Antonio Olmo Gracia

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