Así rezan las letras de bronce incrustadas frente a la basílica, en la solería de la plaza del Pilar. Estas palabras expresan bien el sentimiento de todo un pueblo que tiene en la Virgen del Pilar todo un referente de su vida. La devoción de los aragoneses hacia Ella posee tintes de maravillosa familiaridad. Benito Pérez Galdós, al retratar el interior de la Santa Capilla en su inmortal Zaragoza, dentro de los Episodios Nacionales, se sorprendía al advertir que
“Los rezos, las plegarias y las demostraciones de agradecimiento formaban un conjunto que no se parecía a los rezos de ninguna clase de fieles. Más que rezo era un hablar continuo, mezclado de sollozos, gritos, palabras tiernísimas y otras de íntima e ingenua confianza, como suele usarlas el pueblo español con los santos que le son queridos. Caían de rodillas, besaban el suelo, se asían a las rejas de la capilla, se dirigían a la santa imagen, llamándola con los nombres más familiares y más patéticos del lenguaje. Los que por la aglomeración de la gente no podían acercarse, hablaban con la Virgen desde lejos agitando sus brazos. Allí no había sacristanes que prohibieran los modales descompuestos y los gritos irreverentes, porque estos y aquellos eran hijos del desbordamiento de la devoción, semejante a un delirio. Faltaba el silencio solemne de los lugares sagrados: todos estaban allí como en su casa; como si la casa de la Virgen querida, la madre, ama y reina de los zaragozanos, fuese también la casa de sus hijos, siervos y súbditos”.
La también escritora Emilia Pardo Bazán lo sancionaba en su diario de viaje por aquellos mismos años al observar que “los baturros, después de haber rezado, se despedían familiarmente con la mano”.
La Virgen del Pilar sigue levantando pasiones en Zaragoza, aunque los cauces de la devoción cambien radicalmente con el paso del tiempo. La ofrenda de flores, de reciente incorporación, es el acto central del día 12 de octubre; sin embargo, ha venido a robar protagonismo a la procesión de la Virgen que se celebra al terminar la misa pontifical, y que hoy día casi discurre a hurtadillas entre el gentío de la plaza. La procesión es, no obstante, el acto más antiguo de cuantos se celebran durante las fiestas y, al igual que el Corpus, tuvo una gran relevancia en los siglos anteriores.
Como botón de muestra de estas brillanteces pasadas sirvan los fastos de la procesión del 12 de octubre de 1718, celebrada en el contexto de la consagración del nuevo templo del Pilar y que por lo tanto revistió inusitado esplendor. La procesión salió del templo a las 3 de la tarde y se desplazó en procesión hasta la plaza del Mercado (actual Mercado Central), bajando a continuación por el Coso y volviendo por la actual calle Don Jaime I hasta su lugar de origen. Abrió la comitiva el gancho de San Pablo y acompañaron la procesión los clarines y timbales del Municipio, los gremios y cofradías, las parroquias y las comunidades religiosas de la ciudad, éstos en orden inverso a su establecimiento en la ciudad. Hombres vestidos con albas blancas portaban 40 bustos –relicario de distintos santos, procedentes de las parroquias y comunidades (piénsese en los que todavía existen en La Seo, por ejemplo) y, como broche, la Virgen del Pilar que todavía procesiona, atribuida al orfebre valenciano Miguel Cubelles (1620), dispuesta sobre la carroza de la custodia del Corpus. Las autoridades municipales cerraban la comitiva.
La gran transformación que han conocido la celebración del Pilar a lo largo del siglo XX han hecho extraño el dicho popular de que “p’al Pilar sale lo mejor, los gigantes y la procesión”. Por lo visto, hasta las formas de vivir y expresar la devoción se adaptan y transforman con el devenir de los tiempos a una velocidad asombrosa.
por Antonio Olmo Gracia
BIBLIOGRAFÍA:
- LASABASTER, D., Historia de la Santa Capilla del Pilar, capítulo VIII (ed. electrónica: http://www.marianistas.org/sm/libros/santacapilla.php)
- SERRANO MARTÍN, E., Tradiciones festivas zaragozanas, pp. 237-243.
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